domingo, 23 de enero de 2011

¿DEBEMOS JUZGAR?


¿DEBEMOS JUZGAR?

Hace un tiempo el misionero presbiteriano Gillermo Green, a quien tuve el privilegio de tener como profesor en el Seminario, publicó en nuestro país un libro que representa un ataque directo contra los líderes evangélicos que están predicando un “evangelio” saturado de errores: humanismo, materialismo y superstición. El libro es una recopilación de artículos que este hermano ha estado publicando durante los últimos 10 años y denuncia sin reparos el error que se ha introducido en muchas iglesias llamadas evangélicas y menciona los nombres de los falsos profetas y falsos apóstoles que están promoviendo el error en detrimento de muchas almas y causando afrenta ante la multitud de incrédulos que son testigos por televisión de sus artimañas y sus fraudes. La situación es tal, que una serie de reportajes en la principal televisora nacional expuso parte del negocio que a partir de la “fe” de incautos se está realizando.

Pero no solo estos escándalos tan notorios afectan la conciencia de los creyentes, sino las situaciones que ocurren en las iglesias locales, asuntos que se ocultan, pecados que no se tratan bíblicamente, falacias que se predican y que las personas no saben si deben combatir o soportar.

Muchos creyentes se enfrentan a esta triste realidad con un sentimiento de impotencia y de incertidumbre porque no saben cómo actuar en tales situaciones, saben que las cosas están muy mal y sin embargo no se atreven a pronunciarse al respecto porque han sido enseñados por mucho tiempo que no deben juzgar y que incluso es muy peligroso juzgar a los líderes por son los “ungidos del Señor”. Los falsos maestros se han dedicado, (de manera muy conveniente para ellos) a enfatizar esta enseñanza y de intimidar al pueblo con tales enseñanzas.

En realidad esto no es nada nuevo, la misma actitud tomaron muchos en el siglo 16 cuando Lutero expuso las 95 tesis. El ejemplo más claro de esto fue el ilustre Erasmo de Roterdam, quien aún reconociendo los errores de Roma, escribió a Lutero para disuadirle de su enfrentamiento con el papado.

Espero poder aclarar un poquito la enseñanza bíblica con respecto al juzgar, que es lo que ha incomodado a algunos para no pronunciarse contra el error y el mal proceder de los obreros fraudulentos.

La Real Academia Española de la Lengua define:

JUZGAR (Del lat. iudicāre).

1. tr. Dicho de la persona que tiene autoridad para ello: Deliberar acerca de la culpabilidad de alguien, o de la razón que le asiste en un asunto, y sentenciar lo procedente.

2. tr. Formar opinión sobre algo o alguien.

3. tr. Fil. Afirmar, previa la comparación de dos o más ideas, las relaciones que existen entre ellas.

Como podemos ver, por las tres acepciones que esta palabra tiene en español, la pregunta correcta no debería ser si debemos o no debemos juzgar, sino más bien en qué circunstancias debemos hacerlo y en cuáles circunstancias deberíamos abstenernos de emitir juicio.

Es claro que hay una clase de juicio que solo pertenece a Dios como Juez de toda la tierra: I Crónicas 16.33, Salmos 50.4, Salmos 76.9, Salmos 96.13, Salmos 98.9, etc. Pero Dios desde antiguo estableció la necesidad de juzgar, porque el pueblo de Dios necesita que sus líderes les orienten y sepan determinar cuáles son las acciones correctas y cuáles las incorrectas, el pueblo necesita ser instruido, corregido y reprendido a veces también y todo esto debe hacerse conforme a la Palabra de Dios.

Moisés lo hacía. (Éxodo 18.13)

Moisés estableció ancianos que le ayudaran a juzgar (Éxodo 18.24-26)

Los reyes debían juzgar, Salomón pidió sabiduría específicamente para esta labor. (I Reyes 3.9)

Este tipo de juicio es correcto y necesario porque el pueblo de Dios necesita ser orientado.

Ezequiel 44:23 dice:

Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo no limpio.

Jeremías 3:15

y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia.

¿Cómo harán los líderes del pueblo de Dios para hacer esto?

Lo harán por medio de la enseñanza clara de la Biblia:

2 Timoteo 3:16-17

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.

Las Sagradas Escrituras deben ser la base para la cualquier enseñanza, confrontación, corrección e instrucción. No debe realizarse un juicio basándose en opiniones, preferencias o gustos personales sino midiendo con el estándar y norma de la Biblia.

Los apóstoles nos dieron el ejemplo al denunciar a los falsos maestros, porque Cristo mismo advirtió de los lobos vestidos con piel de oveja que vendrían (Mateo 7.15)

Es interesante notar que aunque en varias ocasiones los apóstoles nos exhortan a animar y sostener al hermano débil en la fe y a procurar restaurar al que ha caído en pecado, tal tolerancia nunca se muestra para con el que llamándose cristiano vive como un impío de forma impenitente, ni con el que predica un falso evangelio. (Cf. Rom. 14.1 vs. I Cor. 5.11, Gálatas 1). Del mismo modo, tenemos que diferenciar entre la actitud que tomamos al discutir entre hermanos de diferentes denominaciones sobre asuntos doctrinales menores que interpretamos de forma diferente, y la actitud que debemos tener contra los falsos maestros que dañan la imagen de Cristo y Su evangelio.

La pureza doctrinal ha de ser defendida con ardor.

Judas 3 dice:

Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.

Vemos que no hay tolerancia para la herejía porque Pablo exhorta a Tito y a Timoteo al respecto de los falsos maestros y Pedro y Judas también lo hacen en sus epístolas. (I Tim. 5:20, Tito 3.10, II Pedro 2.1, Judas 1-4)

No solo se deben enfrentar a los que causan divisiones predicando herejías, sino también a los hermanos que se estén desviando del buen camino. Pablo confrontó a Pedro por causa de su mala actitud, según se describe en Gálatas 2.11 y Santiago nos anima a hacer volver al hermano de su error (Santiago 5.19-20)

Aún más, Juan prohíbe el compañerismo con alguien que predica una doctrina que no es conforme a lo establecido en la Biblia, para no participar de su pecado. (II Juan 1.10-11)

Todo esto nos lleva a la necesidad de explicar cuándo es que el juzgar no es permitido por Dios.

Santiago 4.11-12

11 Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. 12 Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?

Mateo 7:1-5

1 No juzguéis, para que no seáis juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? !!Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.

Este tipo de juicio, que debe evitarse a toda costa, no se refiere al juicio válido y necesario en cuanto a lo que está bien y está mal, entre la verdad y el error. Este es un juicio en el cual las personas tienden a compararse con otros y a menospreciar a otros para exaltarse ellos mismos. Además está asociado a la murmuración, es decir, no se enfrenta al hermano con su pecado, sino que se le critica con afán destructivo, sin amor por la Verdad, sin amor por el hermano en pecado.

Esto también nos habla de la consideración de que hay muchas cosas sobre las cuales es preferible callar, para no dañar la reputación de otros, sino procurando el bienestar de todos y considerando las debilidades de cada uno, soportándonos unos a otros (Efesios 4.2, Col. 3.13). Esto es muy útil para conservar la paz en la iglesia local que funciona como familia. Igual en el trato entre iglesias y denominaciones cristianas debemos aplicar este principio de respeto siempre y cuando las diferencias sean sobre cuestiones “no esenciales”, siguiendo la admonición de Agustín de Hipona “en lo esencial unidad, en lo no esencial libertad, en todo caridad”. Pero el mismo que acuñó tal frase, contendió ardientemente con Pelagio por su herejía.

Si estos textos que nos mandan a no juzgar no se interpretan apropiadamente admitiríamos una contradicción, porque por una parte estamos llamados a juzgar y por otra parte estamos llamados a no juzgar.

El mismo Señor que nos manda a abstenernos de juzgar, en una ocasión diferente nos manda a juzgar.

Juan 7:24

No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.

Los líderes en las iglesias están llamados a juzgar para el bien del pueblo de Dios, para orientar, para evitar que el rebaño se extravíe y tropiece. Todo cristiano está llamado a contender por la pureza del Evangelio y a defender como un soldado el honor de Jesucristo.

Sería una irresponsabilidad de parte de los líderes cristianos callar cuando los lobos merodean, permanecer callados amparándose en la excusa del amor y de la tolerancia. El pastor debe estar dispuesto a dar su vida en defensa del rebaño, siguiendo el ejemplo de Cristo, y esto muchas veces implica enfrentar y confrontar a personas que son admiradas por la mayoría.

El apóstol Pablo sufrió algo parecido cuando realizó su labor de confrontación a las iglesias en Galacia.

Gálatas 4:16

¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?

Debemos estar dispuestos a ir a las últimas consecuencias por defender la Verdad de Dios.

Ahora bien, sabemos que es común en las iglesias anatemizar a los que no son de su propia convicción o denominación. Todos los pastores utilizan el pasaje de Gálatas 1 para sostener a su iglesia bajo amenaza de que no deben escuchar un “evangelio diferente” y así repiten y advierten a sus feligreses que se cuiden de atender a “otro evangelio”. El asunto grave aquí es que el anatema cae sobre todo aquel que predica un Evangelio diferente al que Pablo anunció, no sobre los que difieren con una opinión particular. Y esto nos lleva a la necesidad imperiosa de revisar si el Evangelio que estamos predicando y defendiendo es el mismo que Pablo y los apóstoles predicaron y por el cual estuvieron dispuestos a morir. En conclusión, debemos clamar al Señor para que podamos juzgar con justo juicio y reflexionar si estamos predicando el Evangelio correctamente, lo cual se comprueba si este Evangelio está transformando vidas de pecadores que ahora viven para Dios y se deleitan en Él.

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MATERIAL DE ELCAMINOANGOSTO.ORG

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